«Dominus Iesus»: cinco años después

Por Jose Comblin

La declaración Dominus Iesus no pasó desapercibida. Al contrario, la impresión que dio fue que con ella el Magisterio abrió una nueva etapa de su historia. Algunas condenaciones y advertencias a diversos autores confirmaron esta impresión. De ahora en adelante, el Magisterio iba a tener los ojos puestos sobre la teología de las religiones y el diálogo de los católicos con las otras religiones. Había un nuevo peligro que amenazaba la ortodoxia católica: el relativismo teológico. Por eso, esa Declaración, a pesar de su relativa modestia, valía más que una simple declaración.

Por otra parte, el texto dice que el Papa mismo «ratificó y confirmó esta Declaración».

Merece ser pues ser tenida como uno de los documentos más significativos del pontificado de Juan Pablo II, como una aplicación concreta de la doctrina enunciada en la Fides et Ratio y la Veritatis Splendor, los documentos probablemente más importantes del pontificado de Juan Pablo II. El hecho de que el autor de la Declaración sea el futuro Papa Benedicto XVI sólo puede darle más importancia todavía.

En la Declaración, el cardenal Ratzinger reafirmaba con vigor la doctrina ortodoxa tradicional sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia. El tono taxativo de la Declaración sorprendió a algunos lectores, porque daba la impresión de que estábamos realmente delante de un gran peligro de herejía o de desvío doctrinal y pastoral. Sin embargo, era preciso reconocer que el género literario de los documentos de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe ya es una justificación suficiente. Por su parte, hay analistas y observadores que no creen que el peligro sea tan grande ni que precise de una intervención tan vigorosa. Otros expresaron su temor de que un documento tan fuerte perjudicase las relaciones con las otras religiones, porque podría dar la impresión de que los católicos que estaban implicados en ciertos diálogos no estarían siendo reconocidos por su Iglesia como interlocutores válidos.

En todo caso, la Declaración no acaba con la investigación teológica. No dice que lo ha explicado todo, no quiere dar fin al debate. Al contrario: dice que «la teología hoy está invitada a explorar si y cómo otras figuras y elementos positivos de otras religiones entran también en el plano divino de la salvación» (DI 14b).

Si, por un lado, es preciso afirmar con fuerza la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, por otro lado, desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia acepta que hay diversos niveles de pertenencia a Jesucristo y a la Iglesia. Por este lado hay espacio para mucho estudio y mucha reflexión teológica. Voy a sugerir algunas orientaciones.

1. La primera observación parte de un texto muy destacado de la Unitatis Redintegratio (11c).

Los Padres conciliares dicen a los teólogos católicos lo siguiente: «Al comparar las doctrinas, recuerden que existe un orden o ‘jerarquía’ de verdades en la doctrina católica, ya que es diversa su vinculación con el fundamento de la fe cristiana». El Concilio no dice cuál es ese orden o jerarquía, cuáles serían las verdades más fundamentales y cuál la vinculación de las otras verdades con las verdades fundamentales. Tomaremos como verdades absolutamente fundamentales aquellas que nos permiten separar a los elegidos de los condenados, aquellas que son absolutamente necesarias para la salvación. Hay textos muy claros al respecto.

Comencemos por san Pablo: «Aunque tuviese el don de profecía, el conocimiento de todos los misterios y de toda la ciencia, aunque tuviese tanta fe que pudiese trasladar montañas, si no tengo caridad, soy nada» (1 Cor 13,2). ¿Será que sólo en la Iglesia es posible practicar la caridad? ¿Qué ocurre con aquellas personas que practican la caridad pero no tienen el más mínimo conocimiento de los dogmas, ni ninguna señal exterior de pertenencia a la Iglesia? La práctica de la caridad, ¿no sería precisamente lo más fundamental de todo el cristianismo, de manera que todo el resto recibe su valor de su vinculación con la caridad?

La primera carta de Juan dice: «Todo aquel que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. Aquel que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,7). ¿Solamente puede amar quien está en la Iglesia católica? ¿Qué pasa si alguien ama a su hermano sin pertenecer a la Iglesia ni conocer los dogmas?

Jesús mismo, en la parábola del juicio final, dice claramente cuáles son las condiciones para ser elegido. Estas condiciones se refieren todas al servicio a los pobres (Mt 25,31-46). Hay otros textos que dicen lo mismo.

De esos textos y de muchos otros que repiten lo mismo, ¿no podemos deducir que lo que es fundamental es el amor al prójimo? La verdad fundamental es que solamente la caridad salva. Por lo demás, como dice san Pablo, «la mayor de ellas (las virtudes) es la caridad»: mayor que la fe (1 Cor 13,13).

Si ésta es la verdad fundamental, podríamos llegar más fácilmente a un entendimiento con otros. Porque todo el resto es secundario, viene después. Ciertamente, el cristianismo sería más comprensible para ellos si supiesen que nuestra verdad fundamental es ésa, y que todo el resto está en conexión con eso y en dependencia de esta posición fundamental.

Por ejemplo, no se trata de «saber» que el amor es lo fundamental. Se trata de saberlo con la práctica. No es aquel que dice «amor, amor»… el que está en la verdad, sino aquel que lo practica incluso aunque no sepa que aquello se llama caridad, o amor. Hay un conocimiento dentro del amor. No se conoce a Dios sobretodo por medio de palabras, conceptos, reflexión intelectual, sino por medio del amor, porque Dios está por encima de cualquier concepto. Si Dios es amor, quien practica el amor está en Dios y lo conoce como conoce la vida misma, aunque ese conocimiento no llegue a enunciarse en forma de palabras.

2. Continuemos la lectura del texto citado de la Unitatis Redintegratio (11c):

 «Así se abrirá el camino por el cual, mediante esta fraterna emulación, todos se sientan incitados a un conocimiento más profundo y a una manifestación más clara de las insondables riquezas de Cristo».

Lo que llama la atención aquí es que se habla de un camino. La revelación de Dios es un camino…

Comencemos por lo más fundamental, y a partir de lo más fundamental descubriremos las etapas ulteriores. Comencemos por la revelación del amor, y a partir del amor iremos descubriendo el camino de ese amor gracias a las señales que Jesús nos da.

Aquí surge la pregunta. Aquellos que están andando el camino del amor para descubrir a Dios, ¿pertenecen a Jesús o no? Aquellos que están todavía en las primeras etapas, ¿ya pertenecen a Jesús? Si el amor es Dios, ¿hay alguna cosa que se podría añadir como condición? El camino del amor nos permitirá descubrir a Jesucristo si tuviéramos una posibilidad histórica de que se realice ese encuentro. Si el conocimiento de Jesucristo y de la revelación es un camino, necesitamos respetar ese camino y sus ritmos, sus etapas. No podemos precipitarnos. Sobre todo no podemos descargar de repente sobre la cabeza de otros todo el contenido del catecismo católico.

3. A primera vista, el concepto de revelación es muy simple.

La teología tradicional antigua identificaba la revelación con la doctrina enseñada por la Iglesia. La revelación quedaba objetivada, tratada como objeto de discusión, reflexión, como cualquier otro objeto intelectual. La Declaración reafirma esta doctrina, y no podía hablar de otra manera.

Pero hay algunas dificultades. ¿Qué es revelación de Dios? Ciertamente, la intención de Dios no era construir un cuerpo de doctrina, sino darse a conocer a los seres humanos. Hay revelación cuando un hombre o una mujer percibe, entiende…

Ahora bien, esta asimilación no es obvia. Hay muchas doctrinas, muchas enseñanzas que los oyentes o los lectores no entienden. Los teólogos elaboran un texto muy bien documentado, coherente, montado gracias a la ayuda de muchos elementos de su cultura, o sea, de la cultura de su medio ambiente. Pero la mayoría de las personas que no estudiaron teología no pueden entender. Los pastores procuran divulgar estas doctrinas, pero aun así, la mayoría no entiende mucho. O entienden al revés.

El mismo párroco, cuando no enseña religión, cuando trata de vivir la religión en su vida, se refiere a lo que aprendió cuando era niño. Su abuelita, o una tía, le inculcó algunas actitudes, algunos comportamientos religiosos. Su religión no es la que enseña, sino la que él vive.

¿Cuántos bautizados entienden los dogmas? ¿Cuántos entienden, cuando ni si quiera han leído los evangelios, ni han oído una catequesis? ¡Cuántos tienen del cristianismo una representación exactamente contraria a aquello que Jesús quiso decir…! Hasta mediados del siglo XX enseñaban en la teología y en las escuelas que Dios es quien da la victoria al ejército y por eso es preciso rezar mucho para que dé la victoria a nuestros ejércitos. Pero Jesús nunca prometió la victoria sobre las legiones romanas que conquistaron la tierra de Israel y el resto del mundo entonces conocido.

Hay cristianos que entienden la revelación en sentido exactamente contrario. No podría haber personas que entienden en sentido correcto lo que dicen con palabras erradas. En la práctica, ¿habrá tanta diferencia entre la religión de innumerables católicos y la religión de las masas hindúes o musulmanas? Lo que dicen con sus mitologías puede significar la verdad aunque esté objetivamente errado, porque así como se puede decir la verdad en forma errada, se puede decir un error en forma de verdad. ¿Qué es lo que quieren decir, qué es lo que expresan con sus mitologías? ¿Será algo muy diferente de la revelación cristiana? ¿No será por el fundamento como se podrá saber si una persona está en el camino de Jesús, en el Reino de Dios o no?

4. ¿Qué sentido puede tener el diálogo entre religiones?

¿Será diálogo sobre qué? No tiene sentido que cada religión envíe un representante para exponer su sistema religioso. A nivel de sistemas religiosos, no tiene sentido. Una de las razones es que solamente la Iglesia católica tiene un cuerpo de doctrina claramente definido. Ninguna otra Iglesia cristiana, y ninguna otra religión tiene semejante cuerpo de doctrina. Esto daría a la Iglesia católica una posición de superioridad. Además, sobre esto no habría diálogo, sino simplemente una secuencia de monólogos. No habría ningún resultado.

¿Cuál sería el nivel del diálogo? ¿El nivel de las doctrinas completas o el nivel de la búsqueda de Dios, o sea, de los elementos fundamentales? En ese caso, cada uno tendría su propio camino para llegar a lo esencial. También tendría la ventaja de no engañar al interlocutor presentándole cosas que no son esenciales como si lo fuesen.

El diálogo solamente tiene sentido entre personas que andan buscando. No hay diálogo posible con personas que piensan que ya tienen la verdad completa.

5. En el Nuevo Testamento nos vemos confrontados con dos tipos de conocimiento y dos tipos de verdades.

Es la famosa distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Ahora bien, tratándose del Jesús de la historia, las palabras y los conceptos usados se refieren a las realidades de las que tenemos experiencia. Sabemos lo que son. La cruz de Jesús sabemos lo que es. El mar de Tiberíades también sabemos lo que es, etc. Hablamos de cosas conocidas en la vida de cada día. Solamente nos incumbe la tarea de examinar el valor de los testimonios, cosa que está a nuestro alcance. Es un tipo de conocimiento, el que practicamos diariamente.

Si se trata del Cristo de la fe, la situación es diferente. El mensaje del Nuevo Testamento se refiere a Dios y a realidades ligadas a Dios, realidades invisibles y totalmente fuera de nuestro alcance. No tenemos ningún concepto adecuado para expresar esas realidades. Usamos comparaciones. Bien sabemos que esas comparaciones nos dejan lejos de la realidad. No tenemos ninguna forma de saber cuál es el valor o la extensión de esas comparaciones. Después de la muerte de Jesús las primeras generaciones de discípulos elaboraron un cuerpo de doctrinas relativas a Jesús. No podemos saber de qué manera adquirieron esos conocimientos, que forman un conjunto que podo a poco fue definido, consagrado por el magisterio, y que los católicos aceptan por confianza en el Magisterio sin ninguna posibilidad de averiguación…

La fe dice: Jesús es Hijo de Dios. Él mismo nunca hizo esta declaración, y por tanto no pudo explicar o que podría significar. Este título le fue atribuido por las primeras generaciones cristianas. Ser Hijo de Dios parece una cosa muy simple porque el concepto de hijo pertenece a nuestro vocabulario habitual y la filiación no es ningún misterio. Pero cuando se aplica la palabra Hijo a Dios, debemos confesar que no sabemos lo que significa. ¿Qué puede significar en Dios ser Hijo? Tendríamos que saber cómo es Dios. Un concepto que a primera vista parecía claro, se revela muy oscuro. No podemos formarnos una idea de lo que puede significar ser Hijo en un ser que no tiene cuerpo. De la misma manera, todos los conceptos que se refieren al Cristo de la fe. Se trata de un tipo de conocimiento especial. Consta de comparaciones cuyo sentido se borra en la medica en que se profundiza la búsqueda. Ese sistema teológico está construido a base de todo un sistema de prácticas religiosas, lo que le confiere mucha importancia. Entonces, ¿cómo aceptar que el destino final de una persona, que su valor intrínseco, dependa de la adopción de ese sistema de comparaciones? Y lo mismo vale para todas las religiones. Una cosa es seguir el camino de Jesús conocido por los evangelios y por la vida de los discípulos.

Otra, es afirmar un sistema de conceptos que son comparaciones aplicadas a Dios y a las realidades ligadas a Dios. ¿Qué es más importante? Todo el edificio conceptual que constituye la dogmática cristiana influyó e influye en nuestro comportamiento y constituye un impulso muy fuerte, ciertamente. Pero, ¿podemos decir que adherirse a ese sistema sea condición absoluta para la salvación? ¿No hay, acaso, personas que se adhieren plenamente a la dogmática católica y viven como verdaderos paganos? Ese sistema de comparaciones constituye ciertamente una ayuda, pero ni siquiera funciona siempre. Y a veces, otros sistemas de comparaciones pueden tener más eficacia en la vida real.

6. El Magisterio define «lo que debe ser creído como divinamente revelado» (Dei Verbum 10b).

¿Cómo se llega a esa definición? «Tal magisterio, evidentemente, no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, no enseñando sino lo que ha sido transmitido, en el sentido de que, por mandado divino y con la asistencia del Espíritu Santo, escucha piadosamente la Palabra, santamente la guarda y fielmente la expone» (ibid.). La primera frase del mismo párrafo añade una palabra importante: «interpretar».

Por un lado el texto dice «no está por encima de la Palabra de Dios», y por otro «transmite», «guarda», «expone», «interpreta». ¿Cómo conciliar ambas cosas? He aquí algunas reflexiones tomadas de las ciencias humanas del siglo XX.

Hay una evidente distancia entre las afirmaciones del Nuevo Testamento y las definiciones de los concilios. Esta distancia aparece en la cristología, en los ministerios, en los sacramentos, por citar sólo unos ejemplos. El Magisterio afirma que los textos definidos por los concilios no añaden ningún contenido, sino que transmiten fielmente el sentido original. Lo que se añade no cambiaría en nada el sentido del texto original de la Biblia; sería simplemente una explicitación. Esto supone que el Magisterio ha recibido una información especial para garantizar esa identidad, no una simple asistencia. Aquí surgen, efectivamente, algunas preguntas.

Primero. Los padres conciliares leyeron los textos bíblicos dentro de su cultura, y, en general, sin conocimiento o con poco conocimiento de la cultura semítica en la que los textos fueron escritos. ¿Quién puede garantizar que leyeron exactamente lo que está escrito y no introdujeron en el texto revelado sentidos que les parecieron obvios, o que no añadieron elementos culturales que no estaban en la Palabra de Dios? Por ejemplo, la cultura bíblica no tiene preocupación por el «ser» de las realidades; no dice lo que las cosas son, sino lo que hacen. En lugar del verbo «ser», usa verbos de acción. Ahora bien, la cultura griega, inspirada por la filosofía durante siglos, busca precisamente las esencias, trata de saber lo que las cosas «son». De hecho, los concilios trataron de decir lo que Jesús «es», lo que los sacramentos «son», etc.

¿Quién podría asegurar que Dios quería que la revelación realizada por su Hijo Jesús refiriese definiciones del «ser» de las cosas, y que no prefirió dejar esos aspectos en la sombra, para llamar la atención sobre otros, por ejemplo, sobre el actuar de los discípulos? Los lectores griegos van a querer descubrir en los textos el «ser» de los objetos mencionados. Dedicarse a definir el ser, ¿no es añadir algo que no estaba en el texto primitivo? Entonces, el Magisterio añade algo que le viene de su cultura, porque ya ha leído los textos en una perspectiva especial, que es la de su cultura. Si los concilios se hubiesen realizado en la India o en China, las preocupaciones podrían haber sido diferentes. Lo que queremos decir es que en las definiciones entran elementos culturales. ¿O debemos creer que los padres conciliares son insensibles a su cultura o que están por encima de su cultura, que no dependen de ella? Sería un milagro muy grande, mayor que el de la asistencia del Espíritu Santo.

Naturalmente, quien está en una determinada cultura no se da cuenta de que su cultura piensa por medio de él. Para él todo es evidente. La lectura que hace de la Biblia le parece evidente. Son precisamente esas evidencias las que resultan sospechosas. ¿Por qué hay tantas traducciones de la Biblia? Precisamente porque la Biblia es leída dentro de una cultura, y una nueva cultura hace una nueva lectura. Quien está fuera de esa cultura en la que se hace una determinada lectura, percibe todo lo que se debe a esa cultura.

Una lectura realmente fiel debería dejar sin explicitación o sin interpretación lo que la Biblia no quiso explicitar. ¿Por qué Dios iba a querer que se explicitase lo que él no explicitó? La misión de la Iglesia sería corregir un descuido divino? ¿No sería más correcto decir: hasta aquí habla la Palabra de Dios, el resto queda en la sombra. ¿Por qué no dejarlo en la sombra si Dios quiso que quedara en la sombra? De ahí la sospecha: ¿qué es lo que se podría atribuir a la cultura en las definiciones conciliares? Es necesario tener en cuenta el hecho de que los propios redactores no podían ser conscientes de la intervención de su cultura y actuaron de acuerdo con lo que era evidente para ellos. Pero el lector que se halla a cinco o quince siglos de distancia, sí que puede descubrir eso que al Magisterio de la época le pareció obvio, y que es lo que manifiesta la influencia que la cultura ejerció en él.

7. ¿Cuál es el objeto del acto de fe?

¿Es la Palabra de Dios, o la interpretación y definición de esa palabra por el Magisterio? Para el Magisterio la pregunta no tiene sentido, porque las definiciones del Magisterio, por definición, representan exactamente la revelación, coinciden con la revelación divina… El Magisterio declara estar por encima de la historia. Defiende que no depende en nada de la cultura, y que consigue enunciar la Palabra de Dios fielmente en su cultura. El Magisterio no tendría cultura, y por eso no estaría sometido a la historia.

Sin embargo, acabamos de sugerir que podría haber una dependencia de la cultura en el paso que se hace de la Palabra de Dios escrita en un contexto semítico hacia la lengua y la cultura griega. Hay otro aspecto. Las definiciones conciliares fueron escritas en un momento determinado dentro de un contexto histórico y cultural. Y las definiciones fueron entendidas a partir de la cultura de los oyentes. Quien ha leído o escuchado los textos conciliares, los ha entendido dentro de su cultura.

Hoy nosotros leemos los textos conciliares a partir de otra cultura, y, por consiguiente, las palabras revisten otro sentido, tienen otro alcance. Por ejemplo, estamos en una cultura que practica la crítica histórica y la cultura literaria. Muchos argumentos que parecían generar evidencia en aquel tiempo, ya no nos parecen tan evidentes. La crítica bíblica descubre muchas influencias de los diversos estados de la cultura occidental en las lecturas hechas en el pasado. Esta crítica cambia constantemente nuestra manera de entender la Biblia. De la misma manera, los textos conciliares pasan por etapas de lectura diferentes.

La Dominus Iesus quiere situar la doctrina cristiana más allá de cualquier relativismo, de forma que fuera totalmente independiente de la historia. Esta preocupación tiene la ventaja de que tranquiliza a los creyentes -y se entiende muy bien que ésta sea la preocupación de la Congregación para la Doctrina de la Fe-. Sin embargo, ocurre que, en Jesús, Dios quiso entrar en la historia, y con ello quiso someterse a todas las dependencias de la historia. Jesús situó a Dios en un punto determinado de la historia y del mundo. No podemos entenderlo sin tener en cuenta todas las distancias culturales que hay entre nosotros y él. Esto nos quita tranquilidad, pero al entrar en nuestra historia parece que Dios no ha dado prioridad a nuestra tranquilidad. Entrar en la historia es entrar en la relatividad. En medio de esa relatividad, ¿qué es la revelación de Dios? He ahí el problema.

8. En lo que respecta al diálogo con otras religiones, la cuestión es: ¿cómo evitar cualquier actitud de superioridad o de prepotencia en la exposición de la doctrina católica?

Dejemos aparte todos los prejuicios que proceden de la colusión entre la misión cristiana y la expansión colonial de Europa y de Estados Unidos. Este problema no es teológico. Aquí se trata de la doctrina. En primer lugar, el hecho de presentarse con un inmenso conjunto coherente en el que todo debe ser aceptado sin reservas, para que alguien pueda ser reconocido como miembro de la Iglesia, no deja de impresionar. El Catecismo de la Iglesia católica tiene 641 páginas de texto y 2865 párrafos. Ninguna religión tiene un corpus tan completo y minucioso en el que la vida entera está determinada y todos los casos están previstos. Solamente esto ya puede ser interpretado como una señal de prepotencia.

Sería mejor esconder ese libro por un largo tiempo. Por otro lado, no se puede adoptar la actitud de quien lo sabe todo sobre Dios. Tratándose de Dios, es bueno recordar lo que decían los teólogos antiguos: «de Dios sabemos más lo que no es, que lo que realmente es». Dios sigue estando más allá de todos los conceptos. Para presentar el mensaje cristiano es mejor partir de los actos de Jesús. No partir de ideas o de conceptos o de palabras, sino de la vida concreta de Jesús, de aquello que él hizo o dijo. Las doctrinas son menos significativas que su propia vida.

En todo caso, debemos evitar que los interlocutores nos consideren como realización del modelo evangélico. Conviene destacar que nosotros estamos en el inicio del camino y que se puede juzgar el camino por lo que somos nosotros. Todavía vale lo que explicó san Pablo en Rom 9-11 sobre el misterio de Dios: los que recibieron la revelación se apartaron de ella y volvieron ciegos, no reconocieron la verdad; por eso Dios se buscó su pueblo entre los paganos, los excluidos, los despreciados, los pecadores, porque éstos iban a entender mejor. Lo mismo ocurre hoy: de los pueblos no cristianos van a surgir personas que van a entender mejor el mensaje de Jesús.

9. Hay doctrinas que valen para nosotros, pero que no es necesario que sean comunicadas inmediatamente a otros.

Cuando se trata de presentar el cristianismo, lo importante es estudiar el camino a seguir. Por ejemplo, un gran número de seres humanos cree en la reencarnación. Para ellos la resurrección final no tiene significado. Tampoco tiene significado la salvación de las alma, y el cielo no les interesa. Solamente podrían entender eso y renunciar a la reencarnación después de asimilar otros dogmas. Por ejemplo, hay una gran proporción de católicos que creen en la reencarnación y no parecen sentir una contradicción entre su pertenencia a la Iglesia católica y la reencarnación. Puede ser una satisfacción para algunos el hecho de saber que ellos también pueden tener acceso a la salvación. Pero hay muchos otros que no buscan esa salvación, a quienes la palabra «salvación» no les dice nada. Sin embargo pueden sentirse atraídos por otros aspectos del cristianismo. Decir que los hindúes pueden salvarse puede ser interesante para nosotros, pero puede ser que no tenga ningún interés para ellos, si creen en la reencarnación. Entonces, podemos guardarnos para nosotros mismos esa convicción.

10. ¿Quién puede realizar el diálogo entre las religiones?

A primera vista podríamos pensar que las personas más indicadas serían los teólogos o especialistas de la religión. O los dirigentes responsables de las entidades relgiosas. Sin embargo, no es probable que encuentros entre ellos tengan resultado. Cada uno permanecerá en sus posiciones o dejará de ser reconocido como interlocutor válido. El diálogo verdadero y con resultados históricos se realiza a nivel popular. El diálogo resulta del encuentro y de la convivencia entre personas de diversas religiones. Hoy en día esos encuentros se multiplican por el hecho de que la evolución de la economía provoca no solamente viajes de dirigentes, sino emigración de los pueblos pobres. Los emigrantes llevan su religión. Podríamos pensar que los encuentros a nivel popular no tendrían la autenticidad necesaria… Sin embargo, nada garantiza que los teólogos o especialistas o dirigentes sean las personas más capacitadas para dar a entender lo que significa su religión en la vida real de las personas.

Una religión verdadera es una religión vivida. No adelanta comparar lo que está escrito en los libros de las diversas religiones. Una religión es lo que está siendo vivido por personas concretas. Quien puede explicar a otro qué es ser cristiano, es la persona que vive como cristiano en la vida normal, no quien vive en el lugar privilegiado de una cátedra universitaria o de un despacho eclesiástico. Los teólogos y especialistas podrían observar lo que está ocurriendo, cómo se desarrollan los contactos, cuáles son los resultados religiosos de las migraciones actuales… Por lo menos podrían hablar de cosas que existen y no de papeles o de realidades «virtuales».

¿Qué ocurrirá con el «relativismo» denunciado por la Dominus Iesus? Puede ser que nuevas condenaciones lleguen a silenciar el asunto. Puede ser que las reflexiones sigan, aunque con más discreción. En todo caso, sigue abierto el problema de la relación entre cristianismo e historia. Y el encuentro con las otras religiones es parte de la historia, una nueva etapa de la historia.